Las emociones son parte fundamental de la experiencia humana: definen nuestra identidad y nuestras interacciones con el mundo que nos rodea. Aún así, a pesar de todos los adelantos de la ciencia, sigue siendo una incógnita la forma en la que logramos diferenciarlas, ya que sólo podríamos lograrlo a través de la identificación de ciertos patrones y estereotipos.
Dicho en otras palabras, podríamos asumir que determinados estados de ánimo conducen a la expresión de ciertos gestos y estados fisiológicos, que son los que revelan cómo nos sentimos.
Por ejemplo, si sonreímos, mostramos alegría. Si lloramos, significa que estamos tristes. Podríamos pensar que las emociones funcionan de esta forma dada nuestra naturaleza humana, ya que estas expresiones están atadas a la esencia de lo que somos.
Así como la historia suele ser escrita por los ganadores, con la ciencia suele ocurrir lo mismo. No sólo sucede que determinados científicos triunfan porque llevan la razón, sino que también deben ser más convincentes. En este sentido, no ocurre que algunos científicos traten de engañarnos, sino que sus interpretaciones en algunos casos pueden ser erróneas: Se puede llorar de tristeza, como también se puede llorar de alegría. Entonces, ¿qué nos ayuda a identificar la emoción precisa? ¿La acción de llorar, nuestro concepto del llanto o el contexto en el que se produce?
Un debate sobre la naturaleza innata y el comportamiento adquirido
Las aserciones formuladas anteriormente son desafiadas con un estilo elegante y convincente por la neurocientífica Lisa Feldman Barrett en su libro «La Vida Secreta del Cerebro». Feldman Barrett defiende que el puente que une lo innato (la naturaleza humana) con lo adquirido (la cultura) es tan difícil de vislumbrar que cuesta distinguirlo.
Es común argumentar que el enlace entre la naturaleza humana innata y nuestro comportamiento habitual no existe, ya que como humanos hemos construido una realidad social sobre nuestra realidad física y con frecuencia confundimos ambas realidades. El mismo debate está sucediendo en el estudio de las emociones humanas con respecto a su esencialismo, su identificación y su universalidad—supuestos que la autora pondrá en entredicho de manera consistente.
El método científico y el estudio de las emociones
A lo largo de la historia, los científicos han intentado justificar y buscarle sentido a las emociones. Las han separado de la razón y han tratado de encontrar las áreas del cerebro donde se encuentran, pero estudios fisiológicos realizados durante décadas a miles de sujetos han sido incapaces de encontrar indicadores cerebrales claros asociados a las emociones. Según la autora, el cableado del cerebro es la encargada de construir estas emociones. Así es, de construirlas.
Un hecho ampliamente aceptado por la cultura popular y muy presente en nuestras expresiones lingüísticas es que «sentimos emociones», no que «las construimos». Sin embargo, ya sabemos que el cerebro no es un agente pasivo que simplemente reacciona al mundo, sino que nuestros estímulos sensoriales son transformados por nuestra mente.
De esta manera, somos capaces de conceptualizar los actos del mundo y les damos sentido como perceptores. En un nivel superior, cuando estas conceptualizaciones forman parte de la intencionalidad colectiva de una comunidad, ésta las convierte en categorías que facilitan la comunicación entre los grupos de la misma comunidad.
Estas abstracciones nos aportan una serie de ventajas como especie, pero confundir lo adquirido (la cultura) con lo innato (la naturaleza humana) da lugar a una serie de conceptualizaciones erróneas que asumimos como ciertas y que no son más que estereotipos, los cuales pueden influir, por ejemplo, en la sentencia dictada por un tribunal de justicia. Como agentes activos, podemos regular nuestras emociones de manera consciente y crear nuevas conceptualizaciones en base a nuestras experiencias e interpretaciones para ejercer un control de nuestros estados de ánimo.
Ser conscientes de ello y aprender a regular nuestro presupuesto corporal puede contribuir a tener una mejor calidad de vida, y a profundizar en el conocimiento de nosotros mismos.
En este sentido, no hay razón sin emoción, ni cuerpo sin mente, ni tampoco a la inversa. Los seres humanos somos máquinas profundamente complejas, dotadas de una serie de particularidades que nos hacen únicos. Sin embargo, intentar encontrar la esencia de las emociones sería una inferencia mental errónea basada en la intuición de un órgano, el cerebro, al que le gusta engañarnos. Es este mismo proceso de inferencias erróneas el que tradicionalmente nos ha hecho confundir modelo con realidad, reduccionismo con universalismo y distribución con justicia. Ya es momento de abandonar las categorías que nos abocan al fracaso.
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Un comentario
En el texto dice: » los seres humanos somos máquinas profundamente …» ¿las máquinas tienen emociones?