En el área educativa, el año 2020 ha estado marcado por la suspensión abrupta de la actividad escolar presencial a todos los niveles, ocasionada por la crisis del COVID-19. En este mismo contexto, el libro ¿Quién controla la educación?, del Doctor Axel Rivas no predice ninguna pandemia ni nada semejante, pero sí ofrece respuestas, escenarios y propuestas sobre el futuro de la tecnología educativa.
El uso de herramientas tecnológicas en entornos educativos lleva fraguándose desde hace tiempo, y todo indica que estos cambios estructurales se acelerarán después de la emergencia del COVID-19. La llegada de la contingencia ha forzado a muchos países a adelantar soluciones que permitiesen continuar la formación de manera no presencial, haciendo prácticamente obligatoria la adopción de las tecnologías digitales.
Axel Rivas, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, comienza su libro con un repaso al surgimiento de la educación universitaria durante el renacimiento, que tuvo como objetivo asentar un orden religioso, estatal y social.
En ese momento de la historia, la disponibilidad de la imprenta fue determinante a la hora de masificar la instrucción escolar enfocada en las creencias religiosas y en la formación de mejores ciudadanos. Con el paso del tiempo, hemos sido testigos de la pérdida de autoridad de este orden educativo y de sus agentes—un orden que se ha ido debilitando aún más con el surgimiento de internet como una biblioteca universal. En este sentido, el internet ha figurado como una inmensa mentalidad interconectada en una red de todos que ha contribuido a alterar el poder central absoluto, a diluir fronteras, y a masificar el alcance a la información.
No obstante, este potencial de las redes digitales se ha topado con el poder de los gigantes tecnológicos inmersos en una competición por pescar la mayor cantidad de datos para medir el comportamiento de los individuos, diseñando soluciones individualizadas que les permitan atraer clientes y atraparlos en sus redes.
¿Estudiantes o Clientes? – La carrera por los datos en educación
La ambición actual consiste en decodificar el aprendizaje humano a base de la recolección e interpretación de datos para ofrecer soluciones personalizadas que perfeccionen el proceso de aprendizaje—un esfuerzo al que ya se dedican grandes compañías como Pearson. Estos propósitos, según Rivas, están destinados a fracasar si se ignoran cómo funcionan los sistemas educativos y las redes que lo entretejen desde el punto de vista pedagógico, metodológico y curricular para crear un auténtico ecosistema de renovación educativa basado en la tecnología digital.
Pese al precario estado de los poderes públicos estatales que regulan la educación, su participación en estas experiencias les aportan una ventaja que las grandes empresas ignoran y que les serían de utilidad para actualizar sus sistemas de formación. Esta ventaja es de especial importancia en el contexto educativo de América Latina, desde donde han surgido en los últimos años una serie de proyectos públicos exitosos como el Plan Ceibal de Uruguay—el cual inició como un proyecto de equipamiento masivo de computadoras y se convirtió en una plataforma de recursos educativos digitales.
No obstante, a medida que transcurre el libro, Rivas nos invita a repensar la educación desde posturas más radicales, ofreciéndonos una amplia batería de propuestas inspiradas en casos reales sobre las posibilidades futuras para construir un esquema tecnologías educativas públicas y de calidad en Latinoamérica. Especialmente, la implementación de estrategias de tecnología educativa adecuadas permitiría reducir la desigualdad en lugar de dispararla, contribuyendo al desarrollo efectivo de la región.
De todos modos, estas ideas continuarán siendo una tarea muy difícil, a no ser que se acompañen con planes e inversiones para mejorar las infraestructuras existentes y permitir extender la calidad y el alcance de las conexiones a internet. Está todavía por verse si los países, o incluso las regiones y municipalidades caerán en cuenta de que una gran inversión bien gestionada a tiempo evita muchos fracasos postreros, e incluso sirve para rentabilizarla.
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